La pérdida de un hijo no nacido puede ser tan dolorosa como cualquier otra. Se debe tener la sensibilidad suficiente y actuar con precaución y en base a la mejor evidencia para evitar un mayor daño y una mejor contención emocional.
Realmente el nacimiento humanizado no debería ser solo para algunas mujeres.
Definitivamente es cuestión de romper paradigmas y nuestros miedos al nacimiento, tanto de un niño vivo como de un nonato, independientemente la edad en la que se dio la perdida gestacional.
Al leer los obstáculos a los que se presentó Gisel hace unos días y el yo vivir en un muy largo fin de semana el acompañamiento de dos mujeres que habían sufrido pérdida gestacional, una de 25 semanas y otra de 38 semanas, me pude percatar que son nuestros miedos como obstetras los que limitan el ofrecer un parto humanizado y más aún ante estas situaciones.
Les platico… a estas dos mamis les hice el diagnostico en consultorio. Platicamos de opciones de manejo, lo que podían esperar en hospital público y lo que ellas debían pedir si así lo querían (como poder elegir entre un parto y una cesárea, ver a su bebé, poder despedirse de él, estar acompañada por un familiar…).
En mi corazón y en mi mente pedía a gritos que eligieran irse al hospital público, yo tenía miedo de vivir con ellas ese momento pero mi corazón me decía que no podía dejarlas solas, que el vivir esa experiencia en un hospital público les cambiaría y marcaría la historia psico emocional de esa pérdida.
Les di tiempo para pensar, llorar y asimilar sus decisiones y el sábado por la mañana recibo sus llamadas y me dicen que preferían que yo las acompañara. Mi corazón y mi alma se rompió en pedazos, no sabía, no quería vivir esa experiencia y para completar ¡dos el mismo día!
Conforme pasaban las horas de la inducción, entre malabares para que ninguna de las parejas se encontrara en mi consultorio con la otra, pude darles su tiempo y su espacio a cada una. Mientras se acercaba la noche y las contracciones que cada una se iban presentando, llegó el momento de irnos al hospital.
Cada una viviendo su duelo y sus contracciones a su manera, ambas guerreras, ambas recibiendo a su forma cada contracción. Contracciones y trabajos de partos que habían vivido cada una tres años atrás en sus partos 100% naturales, humanizados (yo también las había acompañado en el nacimiento de sus niños previos).
Las miraba fuertes, respirando pausadamente y aceptándolas, acariciando sus pancitas con la esperanza de calmar a su nene por recibir esas contracciones. Yo en mi mente, pidiendo a gritos que me pidieran la cesárea, no podía esperar ni quería vivir las emociones que yo me imaginaba iban a presentarse al ver nacer a sus nenes sin vida. Era yo la que tenía más miedo de lo que podía sentir!
Mi corazón me pedía paciencia y fortaleza, fortaleza que estas mamis me enseñaron que había que tener. El momento llegó, contracciones dolorosas en el cuerpo y en el alma, quejidos y lágrimas avisaban del momento… momento en el que una de ellas (la mami de Rafael de con solo25 sdg) me pidió que le pusiera la analgesia, la cual me había dicho que no la quería pues en el nacimiento de su primer niño no la había querido utilizar.
El anestesiólogo en espera del llamado, también con el alma desecha por la situación, respiró profundo y entró a la habitación para poner la analgesia… luces tenues, música, aromas a lavanda, su pareja a su lado, tal cual lo habían planeado para el nacimiento a término, siguieron su plan de parto a pesar de ser la semana 25… a pesar de que su niño no tenía vida.
Minutos después de la analgesia, me comunica ya más tranquila, pues las contracciones ya no eran tan dolorosas, que la fuente se ha roto… Me asomo entre las sabanas y el nene estaba naciendo.
Tranquila, con mi corazón destrozado, pero mi alma fortalecida por la fortaleza de Ana, le dije que Rafa estaba naciendo… pusimos los campos para que naciera en un lugar cómodo, corté el cordón y lo envolví. Le pregunté si lo quería abrazar y sin dudarlo muy tranquila me dijo que sí.
Su esposo llegó y no supo que hacer pues no había estado con ella, había salido solo unos minutos a buscar la ropa del bebé… le dije que todo estaba bien y que se acercara a su esposa… que yo los dejaría un rato a solas con su nene. No quiso fotos, lo bautizamos a petición del papá quien vía telefónica le preguntaba a su padre cómo hacerlo… yo me ofrecí a bautizarlo, y lo vestimos. La abuelita quiso verlo, abrazarlo y despedirse de él.
Cuatro horas más tarde, se repite la historia. José comienza con contracciones dolorosas en el alma y el cuerpo de su madre, le ofrezco la analgesia, yo sabía que no la quería pues en su parto anterior no la necesito… me miró y me dijo este nene me ha dolido más, sí necesito la analgesia.
Tuvo unas horas de descanso, logró dormir unos instantes y se puso de pie para seguir caminando, sabía que sólo así el trabajo de parto progresaría. En el parto anterior la regadera, la pelota y el caminar le habían ayudado.
Luces tenues, aroma a lavanda, la compañía de su esposo y su mamá, le hacían sobrellevar las contracciones. Acariciando su pancita para calmar tal vez el dolor en su nene.
Yo después de deambular de una habitación a otra durante ya casi 8 hrs. pedía a gritos en mi mente que ella sí me pidiera la cesárea, mi dolor no me dejaba pensar solo quería que acabara, pero luego mi corazón me decía que no podía ser… que ellas al igual que todas las mamis que había acompañado antes necesitaban vivir el nacimiento de sus niños de la manera que ellas habían deseado, no podía robarles esa experiencia por mis miedos… por mi dolor.
Llegó la hora… contracciones dolorosas, gritos de ayuda, lagrimas. Se levanta de la cama y le ofrezco el banquillo de parto, le susurró al oído que José Emilio está por nacer, que si desea ir a la sala de parto… y me dice que NO, quiere que sea en la habitación (yo sabía la respuesta, ya que en el parto anterior el nacimiento se había dado en la sala de parto).
Dos pujidos y un deseo de muerte inminente avisan la llegada de Emilio, nada más nacer, le pido que se siente en el banquillo para que lo cargue y ella inmediatamente se quita la bata para tenerlo piel con piel.
Tranquila, una nueva y calmada mujer ante mí, le canta, le habla y revisa a su nene. “Es hermoso” me dice, “está grande y bien formadito”… Le dije que si quería los podía dejar solos un momento y me sonrío y me dijo que sí.
Al poco rato le pregunto si quiere vestirlo o prefiere que yo lo haga, con una hermosa sonrisa me dice que lo hará ella. La miro tranquila, fuerte, renacida, empoderada. Tiernamente le habla, le canta, alaba cada parte de su cuerpo y lo viste cariñosamente.
Lo bautizamos también y la familia empieza a llegar; le pregunto si quiere que pasen o desea estar a solas con su esposo, su mami y el nene… sonriente me dice que pasen.
Dejamos a la familia despedirse del bebé, casi durante una hora o más… primas, tías, abuelos los acompañaron. Horas después me dice que ya es hora de que me lo lleve.
Las lágrimas estuvieron antes del nacimiento, ahora al despedirse solo había alivio y una hermosa sonrisa.
Esta experiencia definitivamente fue muy fuerte, pero ambas mami me enseñaron que son más fuertes de lo que uno se imagina a pesar de la situación. Mujeres empoderadas, que a pesar de la circunstancias se merecían vivir un parto humanizado.
Es nuestro dolor como seres humanos, como personal de salud que día a día puede enfrentarse a la muerte y que no estamos preparados para ello… nos enseñan a no sentir ni valorar el dolor físico ni emocional de las personas.
Estas dos mujeres me enseñaron que cualquiera que sea la circunstancia, la edad gestacional, religión, creencias… todas las mujeres deben tener la oportunidad de vivir un nacimiento humanizado en el cual ellas puedan decidir y ser las protagonistas de estos nacimientos.
La guía de práctica clínica para manejo y tratamiento de muerte fetal menciona claramente que el manejo puede ser expectante o intervencionista es decir ofrecer una inducción del trabajo de parto o una cesárea. No debemos decidir por nuestros temores la vía más rápida si no hay una justificación materna verdadera, como claramente lo dice la guía.
Son nuestros temores los que claramente ante estas circunstancias nos hacen robarles estos momentos de fortaleza y control que necesitan tener estas mujeres ante una perdida gestacional, independientemente la edad.
Al salir del hospital, 14 horas después, los llantos en el carro, sola, inconsolable fluyeron lentamente en mí, hasta que se acabaron las lágrimas. La vida continuaba y mis niñas y mi familia me esperaban cariñosamente en casa… tenía que dejar a estas mujeres vivir su despedida. Yo tenía que despedirme y continuar, me sequé las lágrimas, calme mi corazón y me fui a casa a descansar.
Veinticuatro horas después Dios, el universo o el ser supremo como ustedes le quieran llamar me regaló el acompañamiento de un hermoso nacimiento respetado, acuático, rápido, de una niña que ha nacido enmantillada, la primera vez en más de doce años que veo uno… en una noche que nos acompaña una hermosa luna llena, la luna más cercana a la tierra en 68 años.
Qué mejor regalo me han dado!!!!
Dra. Laritza Hernández Rivero
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